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Altomira, en Tame ā€“ Arauca. Entre montaƱas, puentes y plantas

Actualizado: 2 jun 2022

Esta historia forma parte de los relatos de conservaciĆ³n que surgen de la comunidad a partir del proyecto Bosques de Vida implementado en Ć”rea rural de Tame, Arauca.

Julio GonzƔlez y Ofelia Burgos. Protagonistas de esta historia


El 13 de febrero de 1992, cuando Julio GonzĆ”lez firmĆ³ la carta de compraventa del predio Altomira, sabĆ­a que estaba haciendo suya y de su familia la extensiĆ³n de tierra en la que pasarĆ­an el resto de sus dĆ­as. En ese momento constaba de 360 hectĆ”reas, era uno de esos lugares que como buena parte de esta tierra llanera, habĆ­a tenido muchas pisadas y pocos dueƱos.


Veintinueve aƱos despuĆ©s, Altomira no serĆ­a solamente la morada de una familia que encontrĆ³ su lugar en el mundo, sino que tambiĆ©n serĆ­a uno de los epicentros del proyecto de conservaciĆ³n y restauraciĆ³n comunitaria de bosque mĆ”s grande de Colombia y de AmĆ©rica Latina. ResultarĆ­a difĆ­cil pensar en ese tiempo, que aquĆ­ se llevarĆ­a a cabo la primera siembra de Bosques de Vida y con este acto, se echarĆ­a a andar un camino conjunto que ya se construĆ­a con La Palmita hacĆ­a veinte meses.


Sin embargo para los comienzos de este relato y al mejor estilo de una novela fundacional, los caminos a Altomira estaban reciĆ©n zanjados, la mayor parte de sus vĆ­as se abrĆ­an paso entre las arcillas amarillentas que todavĆ­a se incrustan en la suela del calzado, sobre todo si llueve. Y asĆ­, por el estilo de la prosperidad que va llegando a una regiĆ³n, se construĆ­a la infraestructura para dar abasto a los miles de migrantes que llegaron a vivir a Arauca gracias a la bonanza petrolera que brotĆ³ a mediados de los ochenta.


Don Julio y su esposa Ofelia Burgos Tarache ya eran una familia conformada hacĆ­a doce aƱos, para 1980 la vida los ubicaba a 96 kilĆ³metros de Altomira. Se habĆ­an conocido en Paz de Ariporo, Casanare. Ɖl Tiraba peinilla donde tocara, era un ayudante de obra oriundo de Cundinamarca, criado en la vereda San Benito en Pajarito, BoyacĆ”. Y ella una joven casanareƱa estudiosa que pasaba sus dĆ­as de colegio en BogotĆ” y las vacaciones donde sus padres en la vereda GuanĆ”banas de Pore, Casanare.


Juntos ya habĆ­an probado suerte yendo a Venezuela pero finalmente habĆ­an regresado a Paz de Ariporo. El futuro no les pintaba fĆ”cil para el camino que emprendĆ­an. Mucho menos para DoƱa Ofelia, que recuerda el dĆ­a en que el reciĆ©n casado le avisĆ³ que se iba para Arauca a trabajar. AllĆ”, para esos lados, le habĆ­a salido una oferta por parte del antiguo pagador de la compaƱƭa para la que empezĆ³ trabajando. Ese dĆ­a lo llorĆ³ hasta la suegra ā€˜y eso que no lo querĆ­a de a muchoā€™.



Cinco hijos, doce puentes

Para el aƱo 83 eran tantas las cosas que se hablaban de este departamento que hasta el mismo Julio pensĆ³ que si daba algĆŗn paso en falso no volvĆ­a.

ā€œEso fue un domingo. El lunes a las 5:00 de la maƱana salĆ­a un bus pa Arauca. Madre santĆ­sima, la mujer estaba en embarazo del primer hijo. Yo venĆ­a muy asustado porque yo no conocĆ­a nada, llegamos a La Cabuya y eso era selvĆ”tico, (ā€¦) Yo me le parĆ© al chofer del bus, asustado. Me bajĆ© con mi caja de herramientas y mi maleta de la de ropa y toda esa vaina y me miraron allĆ”.
- ĀæJulio y usted quĆ©?

'AquĆ­ comenzĆ³ todo' - puente del RĆ­o Ariporo. Foto Prensa Libre Casanare. Deliza


El oficio de Julio GonzĆ”lez habĆ­a empezado participando de la construcciĆ³n del puente del RĆ­o Ariporo en Casanare y habĆ­a continuado con pasos firmes en su llegada a Arauca, con la construcciĆ³n del puente de La Cabuya, vereda limĆ­trofe de ambos departamentos. Entonces, parece metafĆ³rico que mientras para la Ć©poca en casi todo el paĆ­s, los rĆ­os se cruzaban a pie, en Tame, se producĆ­a la llegada de una familia que trabajaba construyendo puentes para cruzar rĆ­os.


Es el sello que habla de su descendencia y de su procedencia. A Don Julio y DoƱa Ofelia hablar de sĆ­ mismos les cuesta, pero reconocen que la llegada paulatina de los hijos conllevĆ³ la bĆŗsqueda de nuevos horizontes. Y en una de esas tantas vueltas terminaron en Altomira. La carta de compraventa firmada por las partes tambiĆ©n dice que la finca tiene cultivos de plĆ”tano, yuca y caƱa, ademĆ”s de pastos y un trapiche. Era una tierra lejos de donde habĆ­an comenzado pero cerca de donde lo conseguirĆ­an todo.


Era de muchas maneras la forma material de sus sueƱos. TenĆ­an por buena costumbre conseguir las cosas de a poco. Como esa primera camioneta Toyota de platĆ³n Ćŗltimo modelo, que llegĆ³ en el 85, cuando a Don Julio le comenzĆ³ a ir mejor y fue ascendido a maestro de obra mayor. O antes, en medio de la satisfacciĆ³n cuando compraron un lote y levantaron el primer ā€œranchoā€ propio, construido por ellos dos en el barrio San Miguel de Tame.


ā€œEmpezamos a parar la casita a pura fuerza, Ofelia me ayudaba a lanzar bloques, traer arena (ā€¦) no tenĆ­amos nada, de ahĆ­ pa acĆ” arrancamosā€

A ese lote llegaban las grandes noticias y el eco de los buenos comentarios, el trabajo le llegĆ³ a la puerta, los maestros empezaron a ir a buscarlo hasta su casa.


Su trabajo empezĆ³ a ser conocido. Cada obra bien terminada era el comienzo de una nueva y acĆ” es cuando se cruzan los anhelos de una familia que ya tenĆ­a 2 hijos y un lote de 10 metros de frente por 15 metros de fondo que ya se les hacĆ­a pequeƱo. Para comienzos de los aƱos noventa era latente la necesidad de una nueva obra, un puente sobre el paso del CaƱo Puna-Puna que comunicara a las veredas de El Puna y Caribabare que hasta entonces cruzaban a pie o en canoa cuando habĆ­a creciente.


Asƭ que no es difƭcil de explicarse por quƩ consideraron y eligieron el nombre de un hombre en cuya cuenta ya se calculaban nueve puentes construidos. Lo cierto es que de esa manera la familia GonzƔlez Burgos llegarƭa hasta este lugar de Masaguaros y Algarrobos ubicado en la vereda Puna-Puna, en donde el verde de las colinas y las sabanas se tropieza con las rocas. Don Julio fue a hacer el puente hasta allƔ y no se quiso devolver.



Altomira, RegiĆ³n de altura

La mĆ­stica en el nombre no es Ćŗnica de la finca sino de toda la vereda. A esta Ćŗltima se le conoce de varias formas. Bosque Puna-Puna, Alto del Puna o simplemente El Puna. Su nombre formal y administrativo es Monserrate Puna-Puna. Ā«PunaĀ», a fin de cuentas y combinaciones de la palabra es un vocablo ancestral que significa ā€˜regiĆ³n de alturaā€™. En plena vista del piedemonte llanero estos nombres son designios exactos del relieve.

Vista panorƔmica de Altomira. zona rural del municipio de Tame - Arauca. (Foto Cristhian Aguirre H)


En tanto, la finca ya se llamaba asĆ­ antes que Don Julio la conociera, antes de que lo comentara con DoƱa Ofelia y antes que ella estuviera allĆ” y fuera amor a primera vista. Altomira es un nombre heredado del penĆŗltimo dueƱo, que seguramente tambiĆ©n fue incapaz de cambiarlo por la exactitud del nombre con la vista. Cualquiera que pise los altos de este punto bajo el cielo se sentirĆ” mĆ”s grande que el paisaje que contempla. MĆ”s que una ilusiĆ³n Ć³ptica o un delirio de grandeza al bautizarla, es simplemente la realidad.


En este lugar con una altitud de 194 msnm, suceden varias cosas a la vez. En el corazĆ³n de Altomira nace el CaƱo Aguabendita, no hace falta extenderse en una gran explicaciĆ³n para dar cuenta de su nombre, basta con decir que es la fuente de provisiĆ³n de agua de esta y de gran parte de las fincas aledaƱas. AdemĆ”s del Aguabendita, por el lĆ­mite norte de la finca estĆ” el CaƱo Totumal que la bordea.


La actividad predominante del sistema productivo de la finca ha sido siempre la ganaderĆ­a de crĆ­a y ceba. En algĆŗn punto del camino Don Julio puso fin a su Ć©poca de hacedor de puentes y obras sobre la vĆ­a y junto a DoƱa Ofelia pasaron a administrar su finca. Para 1998 construyeron los corrales de madera para sus chivos y adecuaron los potreros para el ganado, limpiando lo que para ellos era puro rastrojo.

Para entonces esta regiĆ³n enrastrojada y selvĆ”tica, estaba al calor de la fiebre del desarrollismo, que por su cuenta derribaba, desde hacĆ­a buenas dĆ©cadas, sus propios bosques a diestra y siniestra. No serĆ” una actividad condenatoria pero sĆ­ tendrĆ” mucho que ver con los destinos y el cambio de perspectiva en el sentir de los campesinos de Tame.

En el instante que se hacĆ­an las limpias de rastrojo y las quemas de sabana para expandir la actividad ganadera, la percepciĆ³n de que algo andaba mal empezĆ³ a rondar la conciencia de los campesinos, las subiendas de pescado cada vez fueron menos frecuentes, algunos cuerpos de agua empezaron a perder su capacidad y los tiempos de lluvia y verano se hicieron paulatinamente azarosos.


Al momento que caminan con su nieta y un ayudante de la finca en busca de marranos extraviados de su marranera; admiten con pesar el deterioro ambiental del que han sido testigos. PodrĆ­an enumerar hechos como la tala sistemĆ”tica de la Ceiba TolĆŗa, una especie ya casi extinta en el departamento. Hasta el dĆ­a en que frente a sus ojos un incendio consumiĆ³ fuertemente gran parte de la vereda y una de las montaƱas de Altomira.


Ya estaba en ellos un sentido de acciĆ³n frente a lo que venĆ­a ocurriendo, Don Julio hacĆ­a diez aƱos habĆ­a buscado soluciones en entes municipales y regionales para denunciar la extracciĆ³n de madera de caƱos aledaƱos. Si bien no hubo una respuesta efectiva, este hecho sĆ­ sirviĆ³ para correr el rumor entre los lugareƱos de que a esta gente sĆ­ le importaba lo que estaba pasando con los Ć”rboles y los rĆ­os.


Bosques de Vida

ā€œA algunos nos sonĆ³ la flautaā€

Dos aƱos despuĆ©s de la llegada de La Palmita a Altomira, Bosques de Vida ya era una realidad. La primera planta se sembrĆ³ el 27 de julio de 2021 y el acto contĆ³ con la presencia de altos funcionarios del gobierno y organizaciones ambientales. (Fotos Cristhian Aguirre H)


Ya habĆ­a un buen presagio entre los GonzĆ”lez Burgos de que cosas buenas pasan cuando van a tocarles la puerta de su casa, esta vez no venĆ­an para que levantara ningĆŗn puente. Un domingo 12 de mayo de 2019 La Palmita llegarĆ­a a su puerta


ā€œFue una fiesta de las madres en la Escuela del Puna, llegĆ³ Don Helio, William y una seƱora, hablando de un proyecto para cuidar los bosques (ā€¦)

Don Julio no entra en tantos detalles, sintetiza.

Yo les dije: Vea toda esa montaƱa es mƭa y yo la puedo dar para eso, ese dƭa tocaba firmar un papel, yo lo firmƩ. Usted que es lo que estƔ firmando Don Julio, me decƭan. Yo les dije de todas formas ya firmƩ no puedo ir a alcanzar esa gente pa quitarle el papel, ya lo que fue, fue. 

Ese dĆ­a de mayo, La Palmita y el Vivero Comunitario Morichales de Vida estaban en ese sitio y a esa hora de la tarde, invitando a la comunidad de las veredas vecinas a unirse a la iniciativa del naciente Bosques de Vida, que hasta allĆ­ era solo una idea establecida con grandes posibilidades de hacerse realidad y ser financiada por el programa Colombia Sostenible adscrito al Fondo Colombia en Paz


De manera que ese papel que tuvo la firma de Don Julio era la intenciĆ³n de participar y organizarse como AsociaciĆ³n Comunitaria para conservar y restaurar los bosques del piedemonte de Tame.


ā€œEsa fue la forma en la que nos metimos a esto. A algunos nos sonĆ³ la flauta, a otros noā€.

A mĆ­ a veces me daba como miedito porque ya habĆ­a firmado, pero yo dije de todas formas ya firmĆ© y di mi palabra, (...) luego yo consultĆ© con un abogado, le mostrĆ© los documentos y me dijo no Don Julio eso es una vaina legal, porque uno es campesino, llegan y nos embolatanā€.


Firmar antes habĆ­a sido una duda, luego fue certeza.

Julio GonzĆ”lez suscribe con su firma el Acuerdo de ConservaciĆ³n para proteger la Biodiversidad en su finca.

(Foto Cristhian Aguirre H)

Ā 

En esta vereda de un municipio tan golpeada por la violencia, es una fortuna permitirse pensar que en la necesidad de cuidado y protecciĆ³n del otro, tambiĆ©n se habla de la naturaleza. Porque en el mundo en que todos quepamos, la naturaleza tambiĆ©n serĆ” sujeto de derechos. Y a esta premisa le apuntĆ³ Bosques de vida desde su concepciĆ³n. Al cuidado de la vida en todas sus formas y a la posibilidad de garantizar el bienestar social, ambiental y econĆ³mico de las familias que cuidan los bosques.


 Que la vida del campesino se haga mĆ”s digna a travĆ©s de la conservaciĆ³n.

Fue asĆ­ como despuĆ©s de un duro proceso de selecciĆ³n, esta iniciativa comunitaria fue priorizada, estructurada y actualmente cofinanciada por el programa Colombia Sostenible que con recursos del Banco Interamericano de Desarrollo - BID y a travĆ©s del Fondo Colombia en Paz; buscan construir esa paz territorial en cumplimiento al Acuerdo Final firmado en 2016.


Por eso, dedican sus esfuerzos a apoyar proyectos como Bosques de Vida y con Ć©l, la construcciĆ³n comunitaria que se persigue en La Palmita a travĆ©s de los sueƱos. Como esos que se sueƱan en Altomira. Protagonizados por Don Julio, DoƱa Ofelia y su nieta, quienes comparten su vida con todas las gallinas, marranos y vacas, y a partir de ahora con 3445 plĆ”ntulas que fueron sembradas en 17 hectĆ”reas entre agosto y septiembre del aƱo 2021.


Entre las montaƱas del Puna Puna, en compaƱia de la AsociaciĆ³n Comunitaria Vivero Comunitario Morichales de Vida y un equipo de voluntarios se realizaron jornadas de sembratĆ³n para restauraciĆ³n del bosque de Altomira


Especies como el Aceite, Loro, Pardillo, Flor Amarillo Guarataro, Guamo, Flor morado, Caruto, Leche Miel, SamƔn, Yopo, Bucare y Moriche entraron a fortalecer la capa vegetal de suelos de montaƱa que se habƭan visto afectados.

A esta Ć”rea de restauraciĆ³n tambiĆ©n se le suman 18,33 hectĆ”reas de bosque que serĆ”n destinadas a la conservaciĆ³n y al mismo tiempo le permitirĆ”n a esta familia obtener incentivos econĆ³micos en efectivo y en especie a travĆ©s del mecanismo de Pago por Servicios Ambientales (PSA) que reconoce los esfuerzos de conservaciĆ³n como los de Don Julio y su familia.


Por lo pronto, con el acompaƱamiento y apoyo de todo un equipo de profesionales de La Palmita, DoƱa Ofelia y Don Julio invertirĆ”n parte de estos ingresos semestrales en mejorar la productividad de su finca, no dejarĆ”n de preocuparse por el estado de sus bosques, no pierden de vista al fuego, que ha sido su enemigo, se refrescan la cara en agua del CaƱo Totumal y piensan cĆ³mo aislar los peligros que se puedan presentar.


ā€œA mĆ­ me gustan estos proyectos, para mi este cultivo de Ć”rboles, Dios mĆ­o, eso es una lindeza. En el verano nos toca ponernos a cuidar y regar los Ć”rboles porque serĆ­a un pecado dejarlos morirā€ dice DoƱa Ofelia.

Ofelia y Julio, una famlia rural tradicional que le apuesta a la conservaciĆ³n, Tame - Arauca (Foto Cristhian Aguirre H)


Han sido equipo largo rato, ya van paĀ“ cuarenta aƱos juntos y lo Ćŗnico que les piden a los que vienen de atrĆ”s, a sus hijos y sus nietos es que no dejen morir la finca cuando ellos falten. Que no dejen acabar el trabajo de tanto esfuerzo construido en Altomira, entre las montaƱas a punta de puentes y plantas.


Escrito por: Cristhian Aguirre H Comunicador social y periodista

La Palmita - Centro de InvestigaciĆ³n


Esta historia forma parte de los relatos de conservaciĆ³n que surgen a partir del proyecto Bosques de Vida y su proceso comunitario.



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